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Las marcas en la familia

Fotos: La Bifocal

Enzo fue diagnosticado con Osteosarcoma a los 6 años. Cuando recibieron la noticia, Noelia, su mamá, había tenido a su segundo hijo recientemente. A más de diez años de haber pasado por esta experiencia, ambos nos cuentan cómo fue el impacto de la enfermedad y sus huellas.

Fue muy raro enterarse de la noticia porque yo tenía un bebe de dos meses. Yo había llevado a Enzo a la pediatra preocupada porque rengueaba. En ese momento, la médica me dijo que él no tenía nada, que seguramente estaba tratando de llamar la atención por el nacimiento de su hermanito. Corría en puntitas de pie. Un día  se levantó y me dijo “Mirá lo que tengo”. Tenía como un huevito que se estaba poniendo morado. Yo le pregunté “¿Vos te golpeaste?” porque justo él estaba ensayando una coreografía para la finalización de egresados del jardín. Lo llevé de nuevo a la pediatra y le pedí la orden para traumatología. Cuando lo llevé al traumatólogo, el médico me dijo que tenía que hacerse una placa porque si no se trataba de una infección ósea, podría tratarse de cáncer. Ahí se me vino el mundo abajo porque yo lo presentía. Desde que lo vi rengueando en mi casa yo sabía que algo le estaba pasando y no era bueno. 

Estuvimos un año internados. Nos íbamos sábado y domingo a casa pero volvíamos constantemente porque le bajaban las defensas. En todo ese tiempo tuvimos demasiadas internaciones. Tuve que dejar a mi hijo chiquitito. Viajaba todos los días y tenía un cansancio enorme. Era mucho. No daba más porque estaba entre la casa, el bebe y Enzo internado. Mi cabeza se dividía entre la casa y el hospital. Llegó un momento en que mi hijo más chiquito me llegó a desconocer. Yo le quería dar la mamadera y él la tiraba al piso y hacía que el padre la levantara y se la diera. Fue muy duro, pero aprendí a pensar que cuando fuera más grande él me iba a comprender.

Me acuerdo que el día que tuve que darle la noticia, estaba re ansioso. Estaba en el hospital de día. Estaban todos los médicos, cirujano, traumatólogo, psicóloga, y me hicieron sentar y me dijeron que tenían que amputarle la pierna. Para mí todo era muy traumático. Yo le decía que no, que me sacara a mí, que yo le daba mis músculos. 

Cuando le di la noticia, me senté al lado de él y no le pude decir palabra, agaché mi cabeza y se me caían las lágrimas. Él me levantó la cara, me secó las lágrimas y me dijo “No llores, ya sé lo que va a pasar. Me van a cortar la pierna. Quedate tranquila. No te preocupes, mami. Yo ya no aguanto más el dolor”. En ese momento yo quería darle fuerzas a mi hijo y mi hijo me dió las fuerzas a mí. Me pareció muy injusto y egoísta de mi parte. 

Ahora Enzo tiene 17 años y me hace feliz verlo crecer.

Me gustaba mucho el cole. Me acuerdo que después de que me amputaron, tenía una prótesis y que fuimos al acto de fin de año del colegio. Era la primera vez que iba. Ahí mismo, me hice unos amigos que me cuidaron y me acompañaron banda. Era lindo que me hicieran parte y me dijeran “Vení a jugar”. Se fue fortaleciendo la amistad con ellos, fueron mis compañeros durante toda la primaria, así que por suerte no estuve tan solo aunque a veces sí me sentía mal porque iban a jugar a algo y me decían “pero vos quedate acá porque te vas a golpear”. No me gustaba que me cuidaran tanto. Después dejé la prótesis. Hice toda la secundaria con muletas, corría con muletas y me caía todos los días. Yo quería jugar. 

En la secundaria tuve compañeros nuevos y tuve que empezar de nuevo otra vez. Porque es muy común que te miren y te pregunten. A mí no me gusta que me pregunten porque me pone incómodo. Después no me cambie más porque no quería pasar de nuevo por las preguntas.

Me gustaría seguir estudiando y ser kinesiólogo. Quisiera hacer la kinesiología que me hacían a mí, que me enseñaban a mover los brazos, las piernas, caminar”, cuenta Enzo.

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CampañasMartes, 30 de mayo de 2023